Fuente: Portalciencia
"El enfermo, el anciano y el herido sufren una desorganización de los átomos  provocada por un virus, el paso del tiempo o un accidente de coche", escribía  Eric Drexler en su obra Engines of Creation en 1986. "En el futuro  habrá aparatos capaces de reorganizar los átomos y colocarlos en su lugar". Con  estas palabras preconizaba la revolución que ha supuesto la aplicación de los  conocimientos y las tecnologías del nanocosmos a la medicina. Hoy por hoy, la  nanomedicina es ya una realidad que está produciendo avances en el diagnóstico,  la prevención y el tratamiento de las enfermedades. 
Cápsulas que  navegan por la sangre 
El matrimonio entre medicina y nanotecnología  se está convirtiendo en una   pesadilla para el cáncer. El combate de la enfermedad a  escala molecular permite detectar precozmente la enfermedad, identificar y  atacar de forma más específica a las células cancerígenas. Por eso, el Instituto  Nacional del Cáncer de Estados Unidos (NCI) ha puesto en marcha la "Alianza para la  nanotecnología en el cáncer", un plan que incluye el desarrollo y creación  de instrumentos en miniatura para la detección precoz.
pesadilla para el cáncer. El combate de la enfermedad a  escala molecular permite detectar precozmente la enfermedad, identificar y  atacar de forma más específica a las células cancerígenas. Por eso, el Instituto  Nacional del Cáncer de Estados Unidos (NCI) ha puesto en marcha la "Alianza para la  nanotecnología en el cáncer", un plan que incluye el desarrollo y creación  de instrumentos en miniatura para la detección precoz. 
En la  administración de medicamentos, las nuevas técnicas son ya un hecho. "Los  nanosistemas de liberación de fármacos actúan como transportadores de  fármacos a través del organismo, aportando a estos una mayor estabilidad frente  a la degradación, y facilitando su difusión a través de las barreras biológicas  y, por lo tanto el acceso a las células diana", explica María José  Alonso, investigadora de la Universidad de Santiago de Compostela, que  trabaja en esta línea desde 1987. En el tratamiento del cáncer, asegura, "estos  nanosistemas facilitan el acceso a las células tumorales y reducen la  acumulación del fármaco en las células sanas y, por tanto, reducen los efectos  tóxicos de los antitumorales". 
Desde Estados Unidos, el nanotecnológo  James Baker ha desarrollado otra alternativa basada en unas moléculas  artificiales conocidas como dendrímeros. Se trata de estructuras  tridimensionales ramificadas que pueden diseñarse a escala nanométrica con  extraordinaria precisión. Los dendrímeros cuentan con varios extremos libres, en  los que se pueden acoplar y ser transportadas moléculas de distinta naturaleza,  desde agentes terapéuticos hasta moléculas fluorescentes. En su estudio, Baker  aplicó una poderosa medicina contra el cáncer, metotrexato, a algunas ramas del  dendrímero. En otras, incorporó agentes fluorescentes, así como ácido fólico o  folato, una vitamina necesaria para el funcionamiento celular. "Es como un  caballo de Troya. Las moléculas del folato en la nanopartícula se aferran  a los receptores de las membranas celulares y éstas piensan que están recibiendo  la vitamina. Al permitir que el folato traspase la membrana, la célula también  recibe el fármaco que la envenena", señaló el investigador.
Las enfermedades infecciosas son otro de los grandes objetivos de la  medicina actual. Por eso, la profesora Alonso y su equipo han desarrollado  también nanopartículas que permiten administrar, en forma de simples gotas  nasales, algunas vacunas que hasta ahora debían inyectarse. Su eficacia  ha sido demostrada, hasta el momento, para las vacunas anti-tetánica y  anti-diftérica. "Recientemente, hemos propuesto estas tecnologías al concurso de  ideas promovido por la Fundación Bill & Melinda Gates para resolver los  grandes problemas de salud del tercer mundo", añade la investigadora. "Nuestra  idea para administrar de esta forma la vacuna de la Hepatitis B fue una de las  seleccionadas de un total de 1.500 presentadas". 
No menos importante es  la batalla que en estos momentos se libra en todo el mundo contra la  diabetes, y en la que la nanotecnología tiene mucho que decir. Las  nanopartículas desarrolladas por Alonso y su equipo están siendo utilizadas en  experimentos en la clínica para estudiar su uso como vehículos para administrar  insulina por vía oral, nasal o pulmonar. Por su parte, la doctora Tejal  Desai, profesora de bioingeniería en Boston, ha creado un dispositivo que  puede ser inyectado en el torrente sanguíneo y actuar como páncreas artificial,  liberando insulina. La técnica desarrollada por esta investigadora consiste en  encapsular células que producen la insulina en contenedores con paredes con  nanoporos, que por su tamaño sólo pueden ser atravesados por moléculas como el  oxígeno, la glucosa o la insulina. De esta forma, las paredes de la cápsula  impiden que estas células productoras de insulina sean reconocidas como extrañas  por los anticuerpos, mientras que los poros permiten la liberación de la  insulina y la entrada de nutrientes, como azúcares y nutrientes. La innovadora  técnica tiene potencial para la cura de otras enfermedades tales como la  enfermedad de Parkinson, por medio de la liberación de dopamina en el cerebro, o  el Alzheimer.
Afinar el diagnóstico 
Si las terapias  están experimentando cambios drásticos, el diagnóstico no se queda atrás. De la  mano de la nanotecnología nos adentramos en la era del diagnóstico molecular,  sofisticado y preciso, que hace posible identificar enfermedades genéticas,  infecciosas o incluso pequeñas alteraciones de proteínas de forma precoz.  
 No en vano, esta disciplina ha  contribuido a la creación de biochips, que permiten la obtención de  grandes cantidades de información trabajando a una escala muy pequeña. Con los  biochips a nanoescala es posible conseguir en poco tiempo abundante información  genética -tanto del individuo como del agente patógeno-, que permitirá elaborar  vacunas, medir las resistencias de las cepas de la tuberculosis a los  antibióticos o identificar las mutaciones que experimentan algunos genes y que  desempeñan un papel destacado en ciertas enfermedades tumorales, como el gen p53  en los cánceres de colon y de mama.
No en vano, esta disciplina ha  contribuido a la creación de biochips, que permiten la obtención de  grandes cantidades de información trabajando a una escala muy pequeña. Con los  biochips a nanoescala es posible conseguir en poco tiempo abundante información  genética -tanto del individuo como del agente patógeno-, que permitirá elaborar  vacunas, medir las resistencias de las cepas de la tuberculosis a los  antibióticos o identificar las mutaciones que experimentan algunos genes y que  desempeñan un papel destacado en ciertas enfermedades tumorales, como el gen p53  en los cánceres de colon y de mama. 
El desarrollo de sensores a escala  molecular parece no tener límites. Hace poco, un equipo de científicos de la  Universidad de Harvard descubría que se pueden utilizar hilos ultrafinos de  silicio para detectar la presencia de virus individuales, en tiempo real  y con una gran precisión. Charles M. Lieber, profesor de Química en Harvard y  coautor del descubrimiento, asegura que las posibilidades de estos detectores,  que pueden ser ordenados en matrices capaces de detectar literalmente miles de  virus diferentes, "podrían introducirnos en una nueva era en materia de  diagnósticos, seguridad biológica y respuestas a brotes víricos". En el ambiente  clínico, la extremada sensibilidad de las matrices de nanohilos permitiría detectar infecciones virales en sus primeros estadios, cuando el  sistema inmunológico aún es incapaz de actuar. 
Nano-robots
 
Más lejos quedan, de momento, las máquinas moleculares de reparación que  viajarán a través del torrente sanguíneo, con capacidad de actuar sobre el ADN  (enfermedades genéticas), modificar proteínas o incluso destruir células  completas, en el caso de tumores. Sin embargo, algunos expertos se han atrevido  ya a adelantar cómo serán esos futuros nano-robots. 
Es el caso de Robert Freitas,  investigador del Instituto de Fabricación Molecular de California, que ha creado  una especie de glóbulo rojo artificial bautizado como respirocito. Con  una sola micra de diámetro, este robot esférico imita la acción de la  hemoglobina natural que se encuentra en el interior de los hematíes, aunque con  la capacidad de liberar hasta 236 veces más oxígeno por unidad de volumen que un  glóbulo rojo natural. Los respirocitos incorporarán sensores químicos, así como  sensores de presión. De esta forma estarán preparados para recibir señales  acústicas del médico, que utilizará un aparato transmisor de ultrasonidos para  darles órdenes con el fin de que modifiquen su comportamiento mientras están en  el interior del cuerpo del paciente. 
 

Freitas ha diseñado  también los microbívoros, fagocitos mecánicos concebidos para destruir  cualquier microbio de nuestro torrente sanguíneo. Utilizando un protocolo  digestivo y de descargas actuarán, según estima su creador, hasta 1000 veces más  rápido que las defensas naturales.